Oct 31, 2016 | educación, Inteligencia Emocional, Psicología
“Mami… ¿Dónde está el abuelo? ¿Por qué no vamos hoy a su casa para comer con él?” preguntó Dani de 7 años dos días después de que su abuelo falleciese. “Cariño, hoy nos vamos al parque… seguro que nos lo pasamos mejor”. Le contesta su madre con lágrimas en los ojos. Tiene miedo a que Dani siga con su interrogatorio y ella no sepa cómo contestarle. Sabe que si le dice la verdad su hijo va a llorar y lo va a pasar mal. Tenía una relación muy especial con su abuelo.
Nos suena de algo esta escena, ¿verdad? Si no la hemos vivido directamente, hemos escuchado en varias ocasiones como nos la contaban. Y es que, la muerte es una etapa de nuestra vida. Algo natural que tarde o temprano tenemos que afrontar con mayor o menor distancia emocional y física. Aunque es difícil aceptar la idea ya que significa no volver a ver a una persona nunca más, tenemos que convivir con ella y hacerlo parte de nuestra vida. En ocasiones no terminamos de afrontarlo y se convierte en un problema. Sobre todo cuando se trata de hablar con los más pequeños de la casa y explicarles lo sucedido. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? Demasiadas preguntas que ni nosotros mismos los adultos nos podemos contestar.
“Se ha ido muy lejos, se ha quedado dormido, está en el cielo…” son algunas de las razones que se les da a los niños para responder a sus inquietudes con respecto a las personas fallecidas. Así los mayores no nos vemos obligados a tener que volver a explicar qué ha pasado o porqué, y creemos que estamos evitándoles pasar un mal trago. Pero nada más lejos de la realidad, lo que sucede es que evitamos hablar sobre la muerte y de alguna manera, estamos dando un mensaje de “tema prohibido o tema tabú” a los propios niños, creando una incertidumbre e inquietud en ellos. El hecho de que no sigan preguntando no significa que hayamos resuelto sus dudas o inquietudes. Ellos siguen sin terminar de entenderlo. Se ven obligados a construir sus pensamientos: la poca información que recogen de su entorno la mezclan con su imaginación, y forman sus propias teorías o se dan sus respuestas. Podemos entender que no siempre son la mejor opción para ellos. Por eso es importante ayudarles a encontrar respuestas acertadas en su mundo de fantasía. Para no alimentar que esas razones que ellos mismos construyen y se dan, sean más dañinas que la propia realidad.
¿Qué nos hace dar rodeos y no pronunciar delante de ellos la palabra “muerte”? Pues en la mayoría de las ocasiones, es nuestra propia angustia o inquietud. Evitamos incluso llamarlo por su nombre, utilizando expresiones como las anteriormente citadas. Pensamos que mantenerles un poco alejados de esta realidad, les va a ayudar a crecer sin desasosiego. Es algo tan traumático para nosotros que pensamos que cuanto menos se hable de ella, menos sufrimiento les causaremos. Sin embargo como ya hemos adelantado, producimos el efecto contrario.
Algo básico en la comunicación del fallecimiento de un ser querido son estos cuatro conceptos clave:
- La muerte es universal, hasta las hormiguitas que hay en el campo se mueren.
- Es irreversible, una vez que un ser vivo haya fallecido no puede volver a vivir.
- Si nos morimos el cuerpo lo hace con nosotros. Todas las funciones vitales que hacen que podamos comer, respirar, escuchar… dejan de funcionar.
- Y el cuarto, siempre tiene una explicación: enfermedad, accidente, edad…
Estos cuatro conceptos claves que se relacionan con la muerte van a ser entendidos, aprendidos y asumidos por el niño variando en función del momento evolutivo en el que se encuentre.
Para hacérselo más comprensible al niño y ayudarle a integrar esta vivencia, es de vital importancia que sus padres o los mayores de su alrededor, se lo hagamos más fácil. Hablarles con naturalidad y sin esconder lo que ello provoca en nosotros. Enseñándoles que llorar es una respuesta normal al pensar que su abuelito no va a volver y por tanto, no hay que esconderse para hacerlo ni sentirse mal por ello. Si les transmitimos seguridad llevando a la normalidad lo que se siente en estas situaciones, le damos un espacio para que pregunten sus inquietudes y dudas. Además, si les mostramos que su día a día va a sufrir el menor cambio posible, que va a poder seguir yendo a su cole o visitar a su abuela, ellos sienten menor vértigo. Su mundo no se desmorona tanto como en un primer momento han creído.
En el caso de nuestro pequeño Dani, con sus siete añitos seguramente que ya entienda el carácter irreversible y definitivo de la palabra muerte. Es decir, que su abuelito ya no volverá a comer con él a la salida del cole. En este caso, Dani ha reaccionado de una manera sosegada, pero a su edad no es raro cuando ante este tipo de situaciones los niños se vuelven algo agresivos, demasiado alegres o incluso juegan a buscar a las personas desaparecidas. Son afrontamientos que dentro de unos límites temporales y cualitativos, forman parte de un proceso normal de aceptación. Pueden evitar mostrarse todo lo tristes que están, o negar que sienten pena. Por ello es importantísimo que se sientan apoyados emocionalmente por sus familiares y personas de confianza. Si lloramos con ellos y no nos escondemos, hablamos de la persona que ya no está con naturalidad manteniéndole en el día a día.
“Mami… ¿Dónde está el abuelo? ¿Por qué no vamos hoy a su casa para comer con él?”, preguntó Dani. “Cariño, no podemos ir con el abuelo porque sabes que se murió hace dos días”, le contesta su madre. “Y entonces, si no le veo ¿me voy a olvidar de él?” contesta Dani con gesto de preocupación. “No hijo, siempre que quieras le vamos a recordar y hablamos de él ¿Qué te parece si me cuentas uno de los chistes que él te enseñó?” le dice. “¡Vale! ¿Cuál prefieres?”. Y así Dani pasó todo el camino a casa, triste porque no vería a su abuelo, pero tranquilo porque su mami le había enseñado una manera de no olvidarle. Después de que ya no podría jugar más con su abuelo a las canicas, era lo que más le preocupaba.
Oct 24, 2016 | educación, Psicología
Algunos niños ansían volver al colegio con sus compañeros a intercambiar historias y confidencias acerca del verano mientras lucen con ilusión sus nuevas mochilas y libros. Sin embargo, para otros niños la vuelta al colegio puede llegar a ser un sinónimo de pesadilla.
El inicio del curso escolar hace que en algunos niños aflore de nuevo el miedo a la escuela, un problema con el que deben lidiar algunos padres a diario.
Hablamos de fobia escolar cuando el niño o niña presenta una incapacidad total o parcial de acudir a la escuela como consecuencia de un fuerte temor ante algún aspecto de la situación escolar. Se considera uno de los trastornos psicológicos en niños y adolescentes más incapacitantes debido a su repercusión en el rendimiento académico y en las relaciones sociales.
Consideramos que un niño presenta fobia escolar cuando aparecen la totalidad o parte de los siguientes comportamientos:
- Una dificultad grave para ir al colegio que supone periodos largos de absentismo escolar.
- Una grave alteración emocional que incluye: miedo intenso, explosiones de mal humor o quejas de sentirse enfermo cuando el niño se enfrenta a la situación de tener que ir al colegio.
- El niño permanece en casa bajo el consentimiento paterno cuando debería estar en el colegio.
- Ausencia de características antisociales tales como robos, mentiras o conductas destructivas.
Es importante diferenciar la fobia escolar de los clásicos “novillos”. En el caso de los “novillos” el niño no tiene el consentimiento paterno, no manifiesta quejas físicas y permanece fuera de casa por voluntad propia.
En el caso de la fobia la posibilidad de acudir al colegio produce en el niño una angustia anticipatoria que tiene lugar por la mañana justo en el momento de ir a la escuela o la tarde de antes, con un aumento del malestar por la noche. Los síntomas principales son:
- Ansiedad intensa, pudiendo desembocar en verdaderas crisis de angustia ante la idea de ir al colegio que se manifiesta como: palidez, llanto, quejas somáticas (cefalea, abdominalgia) náuseas, vómitos y diarrea.
- Síntomas depresivos: tristeza, anhedonia, impotencia. Estos síntomas suelen presentarse con menor frecuencia.
Estos síntomas mejoran durante el día y desaparecen en vacaciones o si el niño se queda en casa.
La fobia escolar parece afectar con más frecuencia a los niños varones, si bien se encuentran algunos estudios en los que se afirma que afecta por igual a ambos sexos. Se da más frecuentemente en la adolescencia temprana, aunque puede ocurrir a cualquier edad una vez que los niños se escolarizan. Se han señalado picos a los 3-4 años, 5-6 años, 11-12 años y 13-14 años, es decir, cuando se comienza la escuela o se produce un cambio de ciclo. También es frecuente tras un cambio de escuela.
En ocasiones es difícil diferenciar la fobia escolar con la “ansiedad de separación” (ansiedad excesiva e inapropiada dada la edad del niño, relacionada con la separación de las personas a las que está afectivamente ligado). Ambos trastornos pueden darse de manera combinada en un mismo niño pero también pueden darse de forma aislada. Cabe destacar que la “ansiedad por separación” suele darse por debajo de los 12 años.
El comienzo del trastorno no siempre se manifiesta de la misma manera. Puede ser gradual, con protestas poco intensas y con alguna falta esporádica por diversos motivos (como por ejemplo quejas somáticas) siempre con el consentimiento de los padres, y desembocando en una negativa total a ir al colegio. Esto ocurre frecuentemente en adolescentes, donde el cambio de conducta puede ser lento, con dificultades de relación, tendencia al aislamiento y, en ocasiones, síntomas depresivos. Por otro lado, en los niños más pequeños el inicio suele ser más brusco, apareciendo la negativa a ir al colegio sin sintomatología previa.
La aparición del cuadro puede venir precedida por una ausencia de la escuela por una enfermedad o por vacaciones, por un cambio de colegio u otros acontecimientos estresantes.
Hay ocasiones en que el niño manifiesta un motivo específico por el que no desea acudir al colegio (miedo a un profesor o compañero, a una asignatura, a una actividad como leer, escribir en la pizarra, etc.). Otras veces, el niño no es capaz de concretar el motivo de su angustia.
De cara al tratamiento el primer objetivo será conseguir la asistencia a clase lo antes posible. Muchos de los síntomas de ansiedad y depresión desaparecen una vez que la asistencia a clase se ha hecho regular. En este punto es fundamental que los padres comprendan la génesis del problema y cómo el hecho de que el absentismo se prolongue hace que éste se mantenga. Es importante que ambos padres se muestren firmes y con la determinación de que el niño vaya a la escuela, de esta forma el niño dejará de resistirse a ir. Puede ser útil entrenar a los padres en técnicas para el manejo de la ansiedad y en modificación de conducta. Para aquellos casos en los que lo anterior no funciona, puede ser necesario el uso de ansiolíticos en las primeras fases del retorno a la escuela. Si se utilizan se debe procurar que sea durante el menor tiempo posible.
Desde Ampsico animamos a los padres a consultar a un profesional cuando detecten los primeros indicios dado el fuerte impacto que este trastorno puede tener para el rendimiento escolar del niño o adolescente así como para sus relaciones sociales.
Oct 4, 2016 | Inteligencia Emocional, Problem Solving, Sin categoría
Los seres humanos poseemos una formidable capacidad de complicarlos la vida. Podemos llegar a manifestar tormentosas, retorcidas y persistentes patologías, tales como fobias, trastornos de pánico, obsesiones, manías, anorexia, bulimia, depresión, crisis de pareja, y muchos otros.
Un aspecto fundamental para el conocimiento de los problemas humanos, para saber cómo se construyen y de qué manera se pueden resolver, es saber que lo que construye un problema y lo mantienen es precisamente lo que las personas intentan hacer para resolverlo. Una tentativa de solución que no funciona, si es reiterada, no solo no lo resuelve, sino que lo complica, hasta llegar a construir un verdadero círculo vicioso.
Sabemos que la realidad cambia según el punto de vista de quien la mira: esto conduce a reacciones diversas sobre la base de diferentes atribuciones que se pueden hacer de la misma realidad. Diremos que cada persona crea su propia realidad sobre la base de lo que hace, guiada por la perspectiva que asume en la percepción de la realidad con la cual interactúa. Ya afirmaba Oscar Wilde “no existe una realidad verdadera, sino tantas realidades como se puedan inventar”.
Con esto deberíamos constatar que no existe un conocimiento realmente verdadero de las cosas, solamente puede existir un conocimiento idóneo, o bien un conocimiento instrumental que nos permita administrar la realidad con la cual interactuamos. Que permita adaptarnos eficazmente a lo que percibimos y cuyo desarrollo se presenta mediante un conocimiento operativo que nos enseña a gobernar la realidad del modo más funcional posible.
Lo plantearemos de forma algo más clarificadora con una historia:
“En un día de mucho calor, un padre y su hijo emprenden un viaje, con un asno, para visitar a unos parientes que viven en una ciudad lejana a su comarca.
El padre va montado sobre el asno y el hijo camina a su lado. Cuando pasan delante de un grupo de personas, el padre escucha que éstos dicen:
– Miren eso, ¡que padre tan cruel!, va sobre el asno y su hijo debe andar en un día tan caluroso.
Entonces el padre baja del asno, hace subir al hijo y continúan así el camino. Pasan frente a otro grupo de personas y el padre escucha que dicen
– Pero miren el pobre viejo camina, en un día tan caluroso, y el joven va muy cómodo sobre el asno: ¡qué clase de educación es esa!
El padre entonces piensa que lo mejor es que los dos vayan sobre el asno, y así continúan el camino. Poco después pasan por otro grupo de personas y escuchan a estos decir:
– ¡Observar qué crueldad!, esos dos no tienen ni un poco de misericordia con ese pobre animal que debe cargar con tanto peso en un día tan caluroso.
Entonces el padre se baja del asno, y hace bajar también a su hijo, y continúan caminando junto al asno. Pasan pues por enfrente de otro grupo de personas, que dicen:
– ¡Qué imbéciles esos dos!, en un día tan caluroso caminan a pesar de que tienen un asno sobre el cual podrían montar…”
Ya el conocido filósofo Locke, afirmaba que en realidad consideramos “insensatos a quienes partiendo de premisas equivocadas y usando una lógica correcta y convincente, llegan a conclusiones erróneas”. Diremos que cada persona crea su propia realidad sobre la base de lo que hace, guiada por la perspectiva que asume en la percepción de la realidad con la que interactúa.
Lo que es sorprendente para muchos es que lo que guía a las personas a reiterar la práctica de actitudes y comportamientos disfuncionales no es una “propensión genética” a la patología (salvo excepciones aún así discutibles), sino el aplicar, de manera rígida, soluciones que anteriormente habían funcionado en problemas del mismo tipo. El problema radica en aplicar tentativas de solución aparentemente adecuadas y sobre todo en insistir en su aplicación incluso después de comprobar el fracaso.
Para entenderlo mejor, narraremos una antigua fábula griega:
“Había una mula que todas las mañanas llevaba una carga de leña desde la granja en el valle hasta la cabaña en la montaña, pasando siempre por el mismo sendero a través del bosque, subiendo por la mañana y regresando al anochecer. Una noche, durante una tormenta, un rayo derribó un árbol que obstruyó el sendero. A la mañana siguiente, la mula caminando en su habitual camino, tropezó con el árbol que le impedía el camino. La mula pensó: “el árbol no debe estar aquí, está en un lugar equivocado” y continuó hasta golpear su cabeza contra el árbol, imaginando que éste se desplazaría, ya que ese no era su sitio. Como el árbol no se movió, la mula pensó “quizás no he dado un golpe suficientemente fuerte”, pero el árbol seguía sin moverse. La mula insistió repetidamente…”. Dejamos intuir al lector el trágico final en está fábula.
La vida está llena de eventos problemáticos para cualquiera; la diferencia está en “cómo” cada uno de nosotros afrontamos nuestras realidades, ya que esto conducirá a aplicar tentativas de solución que pueden llevar no solo a la no-solución del problema, sino incluso, a su complicación.
En otros términos, errar es humano pero es la incapacidad de modificar los propios errores lo que vuelve las situaciones en irresolubles. Esta resistencia a cambiar las estrategias en la solución a nuestros problemas, se basa en las experiencias precedentes con resultados favorables al afrontar problemas de la misma tipología. Pero como dice Oscar Wilde “con la mejor de nuestras intenciones, en ocasiones llegamos a los peores de los efectos”. Cuando creamos una idea de una experiencia vivida como eficaz, tenemos grandes dificultades para cambiar una convicción propia. Así pues, cuando las personas insistimos en seguir aplicando estrategias de soluciones disfuncionales con una determinada realidad, lo que mantiene el problema es precisamente lo que hacemos, sin éxito, para resolverlos.
Para crear un cambio y construir una realidad más funcional, desde la perspectiva del problem solving y la terapia estratégica, no tomaremos en consideración el modo en que el problema se ha formado en el pasado, sino cómo éste se mantiene en el presente. Lo que debemos interrumpir, cuando queremos cambiar una realidad, es su persistencia; sobre su formación ocurrida en el pasado, no tenemos ningún poder de intervención. Recurrir a informaciones sobre el pasado de la persona, representa un medio para poder preparar las mejores estrategias de solución de los problemas.
En realidad no existe ninguna conexión “causal lineal” entre cómo un problema se crea y cómo éste persiste y cómo puede ser cambiado y resuelto. En cambio, si existe una “causalidad circular” entre cómo un problema persiste y lo que las personas hacen para resolverlo sin éxito. Cuando se pretende provocar cambios, lo importante es concentrarse en las tentativas de solución disfuncionales, ya que cambiando o bloqueando éstas, se interrumpe el círculo vicioso que alimenta la persistencia del problema. Una intervención llevará a la ruptura del equilibrio disfuncional creando otro equilibrio más funcional, basado en nuevas percepciones de la realidad, resolviendo el problema.
En relación a las resistencias al cambio y el equilibrio disfuncional, deberemos pues crear experiencias perceptivas concretas que pongan a la persona en condiciones de sentir algo distinto con relación a la realidad que debe cambiar, para abrir de este modo la puerta a reacciones diferentes, ya sea de tipo emotivo o comportamental. El famoso cibernético Heinz von Foerster, afirmaba “si quieres ver, aprende a obrar”. La idea es que para obrar de un modo diferente sea necesario antes aprender a ver el mundo de un modo diferente. Con esto aprenderemos antes a obrar de forma diferente para poder entender de forma diferente y así cambiar nuestra propia percepción de la realidad.
Para la superación de un problema se requiere primero la ruptura del sistema circular de retroacciones entre el sujeto y su realidad, el cual mantiene la situación problemática. A esta fase, le sigue la redefinición y consiguiente modificación de las representaciones del mundo que obligan a la persona a crear respuestas disfuncionales.
Los seres humanos nos relacionamos con la realidad, y a partir de ahí cada uno de nosotros la relaciona con nosotros mismos, con los otros o con el mundo. Mediante este proceso los sujetos construimos la realidad que nosotros mismos sufrimos o manejamos.
“Yo he hecho esto” dice mi memoria.
“Yo no puedo haber hecho esto” dice mi orgullo, y se mantiene inamovible.
Al final la memoria se rinde.
FRIEDRICH NIETZSCHE. Como se filosofa a martillazos
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