Estrategias para manejar la ira

Estrategias para manejar la ira

La ira es una de las emociones que forman parte de nuestro “paquete básico”, ese con el que contamos desde el momento de nacer. Labios cerrados y apretados o por el contrario boca muy abierta, ceño fruncido, cara roja… son algunas de las expresiones que nos harían reconocer esta emoción en cualquier parte del mundo.

 

La ira suele aparecer en situaciones de conflicto, ya sea con nosotros mismos o con otras personas, cuando sentimos que se nos ha tratado injustamente o cuando vemos difícil conseguir una meta importante para nosotros.

 

Por las sensaciones que nos provoca, solemos meter a la ira dentro del “saco” de emociones desagradables, y como tal tendemos a evitarla. Pero se nos olvida algo importante y es que, como todas las emociones, la ira también tiene una función: nos predispone a la acción en un intento de protegernos contra aquello que nos provoca malestar. Esta función es adaptativa cuando nos impulsa a hacer algo para resolver un problema o cambiar una situación difícil, pero también puede conllevar riesgos de inadaptación cuando se expresa de manera inadecuada.

 

Cuando experimentamos ira se ponen en funcionamiento tres tipos de respuesta diferentes:

  • Una respuesta corporal, en la que nuestro cuerpo recibe una llamada de alerta, preparándose para el ataque o la defensa.
  • Una respuesta cognitiva, que vendrá determinada por la interpretación que hagamos de esa situación concreta.
  • Una respuesta motora, es decir, qué conducta vamos a llevar a cabo.

Este fragmento de la película «Del revés» refleja muy bien cuál es la expresión de la ira y cómo entran en juego estos tres tipos de respuesta.

 

¿Cómo podemos gestionar la ira?

Estas son algunas de las estrategias que pueden ayudarte en el manejo de esta emoción:

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Relaciones tóxicas: Qué son y cómo detectarlas

Relaciones tóxicas: Qué son y cómo detectarlas

Cuando catalogamos  algo como tóxico, por ejemplo una sustancia, queremos decir que ésta nos puede producir algún daño, que es mala para nuestro organismo. Del mismo modo, podemos hablar de relaciones tóxicas, en este caso, enfocadas en el ámbito de pareja. Son aquellas en las cuales uno o los dos miembros de la relación sufren y les genera mucho malestar emocional. Vamos a describir más detalladamente cuáles son las principales características de este tipo de relaciones.

Para empezar, una de las señales más evidentes tiene que ver con las faltas de respeto y descalificaciones, que pueden darse de forma unilateral o mutua. Se produce entonces una especie de dinámica perversa, en la que el  objetivo del ataque es minar al otro y ostentar una posición de dominio y superioridad, creando así una relación de poder asimétrica.

El chantaje emocional es también característico en las relaciones tóxicas de pareja. Esta situación ocurre cuando uno adopta el papel de víctima y tiende a culpabilizar reiteradamente a la otra persona de todos sus males, de sus dificultades y de sus problemas. Se expresa en forma de presión y amenaza hacia el otro, poniendo condiciones y advirtiendo de consecuencias indeseables en el que caso de que la otra persona haga algo que le enfade. Quizás lo entendamos mejor con un ejemplo. A mí me gustaría salir de vez en cuando con mis amigas a tomar algo, pero mi pareja me dice abiertamente que le molesta, y además añade “tú verás lo que haces”, “si te vas es que no me quieres tanto como dices”. Este tipo de comentarios pueden hacer que la otra persona deje de lado sus deseos y preferencias por “contentar” a la pareja y evitar así que ésta se enfade, pero esto no es más que una estrategia de manipulación afectiva que posiblemente se seguirá repitiendo con cierta frecuencia y consolidará un modo de relacionarse culpabilizador y limitante.

Por otra parte, en este tipo de relaciones además pueden aparecer comportamientos de control, la desconfianza y los celos; todo ello, una vez más, lo puede ejercer sólo uno de los miembros de la pareja o darse de modo recíproco. Normalmente, detrás de todo ello, se encuentra el miedo a perder al otro, pero desde un punto de vista de posesión, como un objeto que piensa/n que le/s pertenece. Quien lo sufre se ve sometido/a a una intensa angustia y tensión, porque se ve siempre teniendo que dar explicaciones, y por desgracia, éstas casi siempre son insuficientes para desmontar lo que habitualmente es una creencia irracional relacionada con una supuesta infidelidad (o tentativa de la misma).

En resumen, las relaciones tóxicas suponen para las personas que se encuentran atrapadas en ellas un enorme desgaste emocional. Lo primero para poder salir de ese atolladero consiste en identificar algunos de estos indicadores que acabamos de explicar. Recuerda que una relación sana se construye sobre unos pilares fuertes: respeto, confianza, apoyo mutuo, libertad para decidir y expresar opiniones… Una relación afectiva debería sumar, no restar, que nos sintamos plenos/as y sobre todo, que nos permita ser nosotros/as mismos/as. Si ves que hay algo de lo que has leído hasta este momento con lo que te identificas, actúa, pide ayuda: la línea que separa lo tóxico de una situación de maltrato es muy, muy delgada. Date permiso para elegir quién quieres que esté a tu lado, tienes ese derecho: nuestra recomendación es que lo ejerzas.

Begoña López

 

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