Mar 1, 2018 | educación, Inteligencia Emocional, Psicología
Papeles secundarios en TDAH
Por eso, tú, que eres actor secundario en esta historia, apréndete tu papel, porque parte de la solución depende de tu actitud frente al TDAH.
En toda película que se precie hay un reparto de papeles que otorgan a cada personaje un espacio u otro en la trama. El protagonista es bien conocido, pues acapara la atención de las cámaras y la acción gira en torno a él o ella. A su lado, directa o indirectamente, camina otro rol fundamental en el reparto. El secundario. Su posición, siempre detrás, no le resta importancia e incluso en ocasiones se convierte en esencial para la vida del protagonista. Da la vuelta a la situación en el momento clave, apoya y ayuda cuando a nuestro principal le salen las cosas mal, intenta sentarse a su lado y hacerle entender cosas difíciles que sin paciencia y un poco de cariño nuestro protagonista no entendería jamás, y un largo etcétera. Y esto ocurre en el Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad o TDAH.
Este es el argumento de la campaña publicitaria “Las vidas de Mario”, un cortometraje que nos reproduce la importancia que juegan los padres, profesores y las personas que están alrededor de los niños con Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad. Los papeles secundarios. Nos da la posibilidad de comprobar, yendo a un escenario u otro, la repercusión que tendría en la vida de estos chicos con TDAH la presencia o ausencia del apoyo y comprensión de los entornos más cercanos. Esta campaña de concienciación social apuesta por la implicación de los papeles secundarios en la vida de estos niños y niñas, señalando que, sobre todo en la edad infantil, esta acción es decisiva. Y no solo en el contexto escolar, si no también en el familiar, social e incluso, de profesionales como psicólogos.
Tu comprensión, apoyo y ayuda, son los elementos más importantes que los niños con TDAH necesitan para construirse como personas. Para enfrentarse a la falta de autoestima, al estigma, al rechazo por parte de otros niños, a las malas notas, a las constantes broncas y castigos, a los es que no te esfuerzas y podrías hacer mucho más y a los fatídicos no vas a llegar a nada en la vida, etc.
Tú, que eres actor secundario en esta historia, apréndete tu papel, porque parte de la solución depende de tu actitud frente al TDAH.
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Oct 24, 2016 | educación, Psicología
Algunos niños ansían volver al colegio con sus compañeros a intercambiar historias y confidencias acerca del verano mientras lucen con ilusión sus nuevas mochilas y libros. Sin embargo, para otros niños la vuelta al colegio puede llegar a ser un sinónimo de pesadilla.
El inicio del curso escolar hace que en algunos niños aflore de nuevo el miedo a la escuela, un problema con el que deben lidiar algunos padres a diario.
Hablamos de fobia escolar cuando el niño o niña presenta una incapacidad total o parcial de acudir a la escuela como consecuencia de un fuerte temor ante algún aspecto de la situación escolar. Se considera uno de los trastornos psicológicos en niños y adolescentes más incapacitantes debido a su repercusión en el rendimiento académico y en las relaciones sociales.
Consideramos que un niño presenta fobia escolar cuando aparecen la totalidad o parte de los siguientes comportamientos:
- Una dificultad grave para ir al colegio que supone periodos largos de absentismo escolar.
- Una grave alteración emocional que incluye: miedo intenso, explosiones de mal humor o quejas de sentirse enfermo cuando el niño se enfrenta a la situación de tener que ir al colegio.
- El niño permanece en casa bajo el consentimiento paterno cuando debería estar en el colegio.
- Ausencia de características antisociales tales como robos, mentiras o conductas destructivas.
Es importante diferenciar la fobia escolar de los clásicos “novillos”. En el caso de los “novillos” el niño no tiene el consentimiento paterno, no manifiesta quejas físicas y permanece fuera de casa por voluntad propia.
En el caso de la fobia la posibilidad de acudir al colegio produce en el niño una angustia anticipatoria que tiene lugar por la mañana justo en el momento de ir a la escuela o la tarde de antes, con un aumento del malestar por la noche. Los síntomas principales son:
- Ansiedad intensa, pudiendo desembocar en verdaderas crisis de angustia ante la idea de ir al colegio que se manifiesta como: palidez, llanto, quejas somáticas (cefalea, abdominalgia) náuseas, vómitos y diarrea.
- Síntomas depresivos: tristeza, anhedonia, impotencia. Estos síntomas suelen presentarse con menor frecuencia.
Estos síntomas mejoran durante el día y desaparecen en vacaciones o si el niño se queda en casa.
La fobia escolar parece afectar con más frecuencia a los niños varones, si bien se encuentran algunos estudios en los que se afirma que afecta por igual a ambos sexos. Se da más frecuentemente en la adolescencia temprana, aunque puede ocurrir a cualquier edad una vez que los niños se escolarizan. Se han señalado picos a los 3-4 años, 5-6 años, 11-12 años y 13-14 años, es decir, cuando se comienza la escuela o se produce un cambio de ciclo. También es frecuente tras un cambio de escuela.
En ocasiones es difícil diferenciar la fobia escolar con la “ansiedad de separación” (ansiedad excesiva e inapropiada dada la edad del niño, relacionada con la separación de las personas a las que está afectivamente ligado). Ambos trastornos pueden darse de manera combinada en un mismo niño pero también pueden darse de forma aislada. Cabe destacar que la “ansiedad por separación” suele darse por debajo de los 12 años.
El comienzo del trastorno no siempre se manifiesta de la misma manera. Puede ser gradual, con protestas poco intensas y con alguna falta esporádica por diversos motivos (como por ejemplo quejas somáticas) siempre con el consentimiento de los padres, y desembocando en una negativa total a ir al colegio. Esto ocurre frecuentemente en adolescentes, donde el cambio de conducta puede ser lento, con dificultades de relación, tendencia al aislamiento y, en ocasiones, síntomas depresivos. Por otro lado, en los niños más pequeños el inicio suele ser más brusco, apareciendo la negativa a ir al colegio sin sintomatología previa.
La aparición del cuadro puede venir precedida por una ausencia de la escuela por una enfermedad o por vacaciones, por un cambio de colegio u otros acontecimientos estresantes.
Hay ocasiones en que el niño manifiesta un motivo específico por el que no desea acudir al colegio (miedo a un profesor o compañero, a una asignatura, a una actividad como leer, escribir en la pizarra, etc.). Otras veces, el niño no es capaz de concretar el motivo de su angustia.
De cara al tratamiento el primer objetivo será conseguir la asistencia a clase lo antes posible. Muchos de los síntomas de ansiedad y depresión desaparecen una vez que la asistencia a clase se ha hecho regular. En este punto es fundamental que los padres comprendan la génesis del problema y cómo el hecho de que el absentismo se prolongue hace que éste se mantenga. Es importante que ambos padres se muestren firmes y con la determinación de que el niño vaya a la escuela, de esta forma el niño dejará de resistirse a ir. Puede ser útil entrenar a los padres en técnicas para el manejo de la ansiedad y en modificación de conducta. Para aquellos casos en los que lo anterior no funciona, puede ser necesario el uso de ansiolíticos en las primeras fases del retorno a la escuela. Si se utilizan se debe procurar que sea durante el menor tiempo posible.
Desde Ampsico animamos a los padres a consultar a un profesional cuando detecten los primeros indicios dado el fuerte impacto que este trastorno puede tener para el rendimiento escolar del niño o adolescente así como para sus relaciones sociales.
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