Seguro que en algún momento has escuchado la expresión “zona de confort”, y es que es ese lugar en el que estamos y nos da seguridad, de donde no salimos mientras no tomamos decisiones importantes. La zona de confort es aquella de la cual no nos queremos mover porque el cambio da miedo, la incertidumbre da terror. El futuro incierto da pánico, a veces se mezcla con excitación pero no deja de ser un sentimiento paralizante.
Hay decisiones que determinan tu vida, tu identidad como persona y hasta tu rol en la sociedad. Hablamos de la transexualidad, es decir, cuando la identidad sexual asignada al nacer no coincide con la identidad de género. Niños que se sienten niñas o niñas que se sienten chicos. Independientemente, por supuesto, de la orientación sexual que puedan experimentar.
Etapas en este proceso de cambio
A los 2-4 años empieza la identidad de género y la expresión de este. A esta edad los niños y niñas ya entienden de diferencias de género; si les prestas atención ellos mismos te piden que les llames por el nombre con el que se identifican o solicitan vestir con prendas socialmente típicas del otro sexo (niños que quieren vestidos o faldas y niñas que repudian estas prendas inclinándose más hacia pantalones). Viven su infancia experimentando incongruencias entre su sexo biológico y el sexo sentido. La edad en la que se atreven a comunicarlo a la familia puede ser distinta, dependiendo de las relaciones afectivas que tenga con esta o de las características de la personalidad. El factor más determinante es el apoyo que perciben.
No es hasta la adolescencia cuando pueden comenzar con el tratamiento que les inicia en ese trayecto que tiene como fin el cambio físico acorde a su sexo sentido.Si se ha comunicado y se está decidido, a los 12- 14 años se comienza con los inhibidores hormonales para frenar el desarrollo de caracteres secundarios como el vello facial, pecho, ensanchamiento de caderas o cambio de voz entre otros. Es a los 16 años cuando se comienza con el tratamiento hormonal para que se desarrollen los caracteres secundarios del género deseado. Los hombres trans toman andrógenos, las mujeres trans toman estrógenos.
Los 18 años es una edad importante en este proceso, ya que es el momento en el que es posible hacer legalmente el cambio de nombre y de sexo. Se consigue el DNI o tarjeta sanitaria con los datos nuevos elegidos. A partir de aquí vienen otras metas, no menos difíciles o importantes, como son las operaciones quirúrgicas tanto del pecho como de los genitales aunque el proceso, tal y como aseguran personas del colectivo, “es de por vida”.
Aspectos psicológicos
Este camino se acompaña de aspectos psicológicos igualmente impactantes e incluso, en algunos momentos, extremos. Se puede pasar desde la exaltación o felicidad a la indefensión o desesperación. A veces por no tener comprensión o apoyo de las personas de referencia, por no recibir ese trato con el que te identificas o tener la sensación de que no puedes decidir por ti mismo y en tu vida. Es un camino de vida complicado y más cuando la sociedad o tú que estás a su lado no les respetas o no les tratas como ellos te piden. La tolerancia y el respeto es vital, tal y como ellos mismos piden cada 28 de junio en el Día Internacional del Orgullo LGTBI.
Quiéreles tal y como son: como verdaderos guerreros y guerreras de vida. Toman decisiones increíblemente valientes y las afrontan con la mejor de sus sonrisas aunque también lloran de desesperación. Ellos y ellas sí toman decisiones, salen de esa zona de confort y se atreven a lanzarse al vacío que les lleva a sentirse de la misma forma de la que se ven en el espejo. Mira el siguiente vídeo y entenderás mejor de qué te estamos hablando.
Y tú, ¿tomas decisiones?Piensa qué quieres hacer con tu vida.
Correr es algo natural e inherente al ser humano. Todos sabemos correr. Está en nuestro ADN, en nuestra estructura morfológica y en nuestra mente. No así montar en bicicleta o nadar, actividades no naturales y que requieren una preparación o aprendizaje previo en cualquier ser humano.
Por ejemplo, salir corriendo, es una respuesta involuntaria. Es una respuesta mental e inconsciente ante algún peligro inminente que requiere una rápida respuesta por nuestra parte. La evaluación de ese peligro (un accidente, una situación violenta, una noticia trágica, etc.) por parte del cerebro, incita generalmente a la acción rápida, y activa nuestro cuerpo para responder de forma inmediata en base a la decisión que tomamos en ese momento.
Pero correr puede ser también una herramienta consciente de respuesta voluntaria ante algún peligro existente en el medio o largo plazo. Son esos peligros que están ahí, que no solemos ver, y que poco a poco van haciéndose más grandes y difíciles de gestionar.
Vivir descontento, sin ganas, con poca ilusión, sin rumbo, con estrés constante, con inseguridades, con falta de confianza en uno mismo…son «peligros». «Peligros» que nos acechan a todos en algún momento de nuestras vidas, y de los que es necesario salir adelante. Unas veces cuesta más, y otras menos. Todo depende de qué hagas para cambiar la situación: no hacer nada, es lo peor que puedes hacer.
Correr puede ayudar a cambiar estas situaciones. El «running», como se dice ahora, es la actividad deportiva por excelencia para ayudarte a sentirte más satisfecho con tu vida y acabar con esos «peligros».
¿Por qué correr?
Sales de la rutina de siempre y cambias tus hábitos. Ya sólo ponerte las zapatillas e intentarlo, es el primer triunfo.
Haces ejercicio. Vital para mejorar tu salud (junto con otro tipo de hábitos) y previene de contraer determinadas enfermedades.
Cada pequeño reto que superas, es un triunfo. Un día 10 minutos, otro 15, 20, así hasta seguir superándote. Así hasta que un día te metes 10 kilómetros en menos de una hora. No hay límites. Los pones tú.
Cuando terminas el reto diario, no hay mayor sensación de felicidad y satisfacción que haber logrado tu objetivo. La serotonina que segrega el cerebro tras un entrenamiento es capaz de generar en una persona, una increíble sensación de bienestar y satisfacción.
Esa sensación de satisfacción, unido a una rutina de entrenamiento ordenada, son capaces de mover montañas y de evolucionar hábitos y comportamientos diarios en cualquier persona. Le cambian la vida.
La experiencia de entrenar, de afrontar dificultades en la carrera, de perseverar, de tener malos días y de superarlos, es una riquísima fuente de aprendizaje para el día a día en tu vida personal y profesional
En el medio plazo serás capaz de comprobar cómo día a día tu vida ha ido mejorando en cuando a satisfacción. Te sientes más seguro de ti mismo, más feliz con los demás y con una mayor ilusión por todo aquello que te rodea.
El «running» es una medicina perfecta para mejorar la satisfacción en general con uno mismo y con la vida que tenemos.
Una vez llegado hasta aquí… ¿Quieres empezar a correr? ¿No sabes cómo empezar? A continuación te mostramos una pequeña guía de ayuda para que puedas arrancar de la forma más sencilla posible:
Piensa en un parque cerca de casa, un lugar donde pasear, desconectar y sentirte libre.
Sal cuando puedas, e intenta aprovechar el sol. Eso sí, ponte unas zapatillas deportivas, si puede ser, especiales para correr.
Comienza andando, al menos la primera media hora. Ve a un ritmo creciente hasta que empieces a sentir “calor».
Pasada media hora comienza a correr, despacio, con calma… intenta aguantar al menos 10 minutos. Vas a sufrir, pero ese sufrimiento es la clave del esfuerzo y de la mejora. ¡Verás como pronto merece la pena!
Cuando “no puedas más”, para y sigue caminando al menos 15 minutos.
Cuando acabes… piensa: ¿cómo te has sentido? ¿Con cuántos corredores te has cruzado? ¿Crees que merece la pena correr para mejorar tu estado de ánimo y tu fortaleza?
Intenta seguir esta rutina con regularidad, por ejemplo, dos veces a la semana… y trata de correr cada vez más tiempo… Ten paciencia, pero el primer mes ya verás como algunas cosas irán cambiando.
Dicho esto… ¿a qué esperas para ponerte un par de zapatillas?
Aprende porque las dietas fracasan y como evitarlo
Como sabemos, han acabado las navidades, momento de estar con la familia y de tener relaciones sociales enmarcadas en un escenario de opulencia alimentaria. Quién más y quién menos hemos cogido peso que no deseamos mantener, por lo que es bastante frecuente el ponernos a dieta de cara a encontrarnos mejor y recuperar una forma física deseada.
En el mundo en que vivimos, es común conocer diversas dietas, pero lo paradójico que se desprende de un análisis, es que todas ellas son eficaces y son capaces de producir efectos de adelgazamiento real en quienes las siguen.
El problema esencial de cualquier dieta no reside en su eficacia en sí, sino en su mantenimiento a largo plazo.
En éste análisis, se desprende que, el seguimiento y adhesión a las recomendaciones dietéticas presentan un resultado de un 10%, mientras que si lo comparamos con el seguimiento de la toma de fármacos, asciende a un 80%. Es por eso que parece claro que el problema reside precisamente en la dificultad de llevar a la práctica, y sobre todo a mantener a lo largo del tiempo, las indicaciones dietéticas.
En el caso de que aceptemos seguir una dieta, con las restricciones que ella conlleva, y somos capaces de mantenerla hasta que termine, lo más probable es que adelgacemos. Pero ¿y si no somos capaces de seguir las indicaciones? Estamos abocados a mantener un círculo vicioso de “empezar la dieta”.
El motivo de que las dietas y su mantenimiento fracasen, es que todas se basan en el control, de la limitación y del sacrificio. Es por eso que antes o después se vuelven insoportables porque chocan de forma frontal con la sensación básica fundamental en la que se basa nuestra relación con la comida: El placer.
Desde el punto de vista de la terapia estratégica, ante estas situaciones de restricciones dietéticas, tenemos diversas soluciones fallidas, que tendremos que tener en cuenta a la hora de ponernos a dieta:
El efecto de transgresión: Cuanto mayor es la prohibición, mayor es el deseo.
Una forma segura de fracasar ante un proyecto de dieta es prohibirse los alimentos deseados e incluso con más calorías. Debido a que si se prohíbe, se vuelve más deseado y como la crecida de un río, se agolpa el deseo sobre el dique y se desborda o bien rompe el dique y se propaga de forma violenta.
Parafraseando a Oscar Wilde, “no hay nada más irresistible que una prohibición por transgredir”.
El efecto condena: el éxito aparente.
Se refiere a la secuencia que encarna el éxito de lograr estar a dieta y perder kilos de más, mantener el equilibrio durante cierto tiempo y luego, inexorablemente, perder el control y engordar de nuevo. Es como en una condena bíblica, tras haber obtenido, con grandes esfuerzos, el logro de adelgazar, llega el fracaso de verse nuevamente arrebatado por el demonio del hambre compulsiva. Es como en el mito de Sísifo, que:
“fue condenado por Zeus a empujar un enorme pedrusco por una cuesta empinada hacia la cima, para luego verlo rodar hacia abajo y tener que empezar de nuevo, eternamente y sin tregua”.
El efecto evitación: Para evitar las tentaciones, renuncio a las sensaciones.
Cuando evitas que te inviten a cenar, comidas de empresa, o cualquier evento social con comida por medio, donde podría poner en peligro el esfuerzo realizado para mantener la línea. Personas que están siempre a la defensiva en cuanto a tentaciones culinarias ya que temen, y con razón, que la menor cesión frente al placer de comer, generaría un rápido colapso de la línea que les ha costado tanto conquistar. Pero como dijo San Agustín,
“nadie puede vivir sin placer”.
El efecto rebelión: ya que no lo consigo, me dejo llevar.
Cuando el intento de alcanzar y mantenerse en buena forma física falla repetidamente, la persona puede reaccionar, según su carácter, de varias formas, pero una de las reacciones más frecuentes es la rebelión total frente al sacrificio alimentario, por lo que el individuo se deja ir y se abandona por completo al placer de comer y beber. Todo ello con la premisa de Oscar Wilde, para éstas personas
“la única forma de liberarse de una tentación es caer en ella”.
El efecto de lucha continua: debo gastar más de lo que como.
Si seguir una dieta es una meta difícil de alcanzar, parece razonable el pensar que si se consume más de lo que se ingiere en términos calóricos, las cuentas deberían dar un resultado favorable. Si este razonamiento siguiera un fundamento matemático sería perfecto, pero es mayor el esfuerzo psicológico que el físico, ya que si físicamente es posible soportar el ejercicio físico diario prolongado, psicológicamente esto se convierte en una obsesión. La mayoría de las veces el aumento del ejercicio físico lleva a un aumento del apetito, bien sea por el estímulo fisiológico natural del movimiento o bien por una especie de “compensación o premio” por el esfuerzo realizado. Así, cuanto más ejercicio físico realizo, más tiendo a comer, pero cuanto más como, más movimiento físico me veré condenado a hacer, activando así el círculo vicioso.
En definitiva, estas soluciones fracasadas, se basan siempre en la máxima de “si no te lo concedes, será irrenunciable…”.
En caso contrario, “si te lo concedes, podrás renunciar a ello”. En esto se basa la forma de proceder para tener éxito en una dieta, desde la posibilidad de empezar a hacer concesiones sin que las restricciones sean el único funcionamiento para poder enfrentarnos al problema de la dieta.
Por tanto, si una solución ante un problema no funciona y se repite, conduce a fracasos adicionales. Si una persona sigue haciendo lo que ha hecho siempre, obtendrá lo que siempre ha obtenido, y si además aumenta la dosis, aumentarán también los efectos obtenidos, por lo que cerraría el círculo vicioso ante los diversos problemas que nos encontramos en la vida.
En definitiva, si se sigue insistiendo en utilizar las mismas soluciones ineficaces, el problema se mantendrá siempre sin resolver. Además, la desilusión ante el fracaso habitual, conduce a una actitud de renuncia ante la aparente “imposibilidad” de perder peso y mantenerse en forma.
Jornadas maratonianas, tareas que tenemos pendientes para «ayer», planificaciones en las que no hay espacio para hacer más cosas pero aun así las intentamos meter con calzador…son situaciones en las que más de uno nos hemos visto envueltos en alguna o en demasiadas ocasiones. Utilizamos frases del tipo: «A mi dormir poco no me afecta»,«Yo rindo bien con pocas horas de sueño», «Ya descansaré el fin de semana», que a corto plazo nos alivian. Pero, ¿son reales estas ideas? ¿Es cierto que no tener una buena rutina de sueño no tiene efectos en la salud a nivel físico y emocional? La respuesta es rotundamente NO.
Los espacios de descanso son fundamentales para tener una buena calidad de vida y manternos activos durante cada jornada. Sin embargo, no sólo se trata de dormir. Se trata de hacerlo durante un número suficiente de horas y que nuestro sueño sea de calidad, de modo que permita restaurar nuestro organismo.
¿Por qué es tan importante dormir bien?
Favorece el control de enfermedades como la hipertensión arterial y la diabetes.
Cuida nuestro corazón, ya que durante el sueño, disminuye la frecuencia cardiaca permitiendo la reparación de tejidos y células coronarias.
Propicia estados de ánimo positivos, al facilitar la producción de serotonina, una sustancia que afecta a nuestra manera de sentir y comportarnos.
Durante el sueño, se fortalecen las conexiones neuronales, lo que permite mejorar la memoria. El la fase REM del sueño, los conocimientos almancenados en la memoria a corto plazo pasan a la memoria a largo plazo, afianzando su retención.
Favorece la coordinación motora.
Para poder disfrutar de estos beneficios, es fundamental mantener una adecuada higiene del sueño, es decir, crear unos hábitos encaminados a conseguir un sueño de calidad que permita un descanso adecuado. A continuación te dejamos algunas pautasque te ayudarán en tu rutina diaria.
Hace ya algunas semanas que hemos dado la bienvenida a un nuevo año. Normalmente este suele ser un momento en el que nos planteamos realizar algunos cambios en nuestra vida, o nos fijamos ciertas metas u objetivos a cumplir: apuntarse a un gimnasio, aprender un nuevo idioma, dejar de fumar… En un principio podemos tener buenas intenciones, comenzar muy motivados, pero puede que esas ganas iniciales vayan disminuyendo y acabemos desistiendo rápidamente, haciendo que todo quede en “agua de borrajas”.
Una de las primeras cuestiones sobre las que tenemos que reflexionar para no perder de vista nuestros objetivos consiste en preguntarnos qué es exactamente aquello que queremos lograr, definirlo de una forma concreta y específica, con el máximo nivel de detalle, y establecer un tiempo aproximado en el que vamos a llevarlo a cabo. En muchas ocasiones tendemos a definir nuestros propósitos de una forma vaga y ambigua, nos planteamos por ejemplo “hacer más ejercicio este año”; sin embargo, si hacemos una descripción en términos cuantificables, esto es, delimitar el número de días que vamos a ir al gimnasio o salir a correr, y además el tiempo que le vamos a dedicar diariamente, estableciendo incluso un intervalo horario para mayor exactitud, habremos dividido nuestros objetivos en otras más pequeños y asequibles.
Asimismo, es recomendable que nos marquemos metas alcanzables y realistas; ya sabemos que Roma no se conquistó en un día, por tanto, si hemos visualizado nuestro objetivo a largo plazo, parece adecuado establecer metas a medio y corto plazo para no rendirnos a las primeras de cambio.
Para que todo lo dicho anteriormente funcione, es importante además tener en cuenta algunos aspectos:
Incorporar el objetivo dentro de las rutinas diarias (siempre que sea posible, los mismos días y la misma duración). De esta forma, lograremos consolidarlo como un hábito y será menos costoso ponerlo en marcha, acogiéndolo como una parte más de nuestra forma de vida.
Flexibilidad y actitud abierta. Contar con la posibilidad de reformular las metas propuestas en un primer momento, adaptándonos a los cambios que puedan aparecer a lo largo del proceso encaminado a su consecución, teniendo en cuenta nuestras necesidades o posibles imprevistos que puedan surgir.
Aprender a tolerar la frustración. No siempre los planes salen bien. Este punto está relacionado con lo que hemos referido anteriormente sobre marcarnos metas realistas y alcanzables, porque, de lo contrario, generaremos un sentimiento de fracaso si observamos que nuestras expectativas iniciales son demasiado elevadas y no se han cumplido.
Valorar cada paso que demos, por insignificante que nos pueda parecer; cada pequeño avance nos va acercando poco a poco a la meta final y nos ayudará a convencernos de que el esfuerzo merece la pena.
Por último, hay tres palabras que resultan fundamentales para aproximarnos a nuestros objetivos: perseverancia, paciencia y constancia. Tengámoslas siempre muy presentes y permitamos que nos acompañen durante el camino hacia el logro de nuestros propósitos.
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