S.O.S. mi hijo/a tiene el pavo

S.O.S. mi hijo/a tiene el pavo

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Claves para la revolución en la adolescencia

 

Aunque la adolescencia es un periodo de cambios, rebeldias y disputas continuas, hay que intentar vivirlo como una experiencia positiva, por muy extraño que te parezca. Es un momento de aprendizaje y la familia debe ser partícipe de ese proceso y dar su apoyo.

Tenemos que tener claro que nuestro hijo va a pasar por esta fase, y es mejor que sepamos a qué atenernos. “Es una etapa de mucha crisis y los padres no saben manejarse en las situaciones nuevas que presenta”.

Sin darnos cuenta educamos en el miedo, anticipamos los problemas de la adolescencia antes incluso de que ocurran. Y del miedo pasamos a la sobreprotección, que deja a los adolescentes sin capacidad de autodisciplina, control de impulsos y tolerancia a la frustración”

¿Es malo? No, sin conflicto no hay convivencia, pero hay que saber manejarlo. A los padres les cuesta mucho mentalizarse de que a partir de ahora tienen que negociar, es decir, ceder unas cosas para conseguir un objetivo común con el adolescente”. ¿Y por que en esta etapa nos cuesta entender esto? …Porque el adolescente ya no depende de nosotros para muchas cosas, es un sujeto distinto que tiene ideas propias.

“Es verdad que los adolescentes viven una etapa difícil en la que deben tomar decisiones clave. Pero esta experiencia de estrés vital, de desorientación, lo que puede dañar es mucho más importante: su autoestima. Cuando los jóvenes llegan con sensación de fracaso es porque han asumido el miedo a no ser nada en la vida. Debemos eliminar esta presión y fomentar su seguridad”.

 

Ángel Peralbo. Licenciado en Psicología y postgrado en Psicología Clínica del Niño y del Adolescente.

 

 

A continuación enunciamos 6 prácticas que SÍ funcionan con las y los adolescentes.

 

Hablar, hablar y hablar. Aunque a veces creamos que no se lo merezcan y estemos dolidos o decepcionados por su comportamiento, no rompamos la comunicación con los hijos e hijas adolescentes, porque también tienen “derecho” a equivocarse. La educación se realiza hablando y si perdemos la comunicación, perdemos la capacidad de educar.

          Algunas pautas para preparar el diálogo son:

  • Buscar el momento y el lugar oportuno para hablar.
  • Esperar a que todos estén en condiciones de hacerlo.
  • Utilizar formas y tonos adecuados.
  • Concretar al máximo los acuerdos.
  • Si no se cumplen, pedir explicaciones también de manera adecuada.

Elogiar, halagar. Pocas cosas recibimos mejor de los demás que el reconocimiento por lo que hemos hecho, por nuestras capacidades, por
nuestros esfuerzos, por nuestros comportamientos,… Solamente desde la percepción de cosas buenas en nuestros hijos e hijas podremos solicitarles que se esfuercen en cambiar otros aspectos menos agradables.

Hagámosles que se sientan “importantes”, queridos. Podemos llamarles la atención, reconducirles, recriminarles determinados comportamientos, solo si son conscientes de que nos importan. Recordemos que el castigo solo funciona
si el que lo pone también importa.

Démosles la responsabilidad sobre su vida. “Responsabilidad” que en muchas ocasiones será “tutelada”. Cuando los y las adolescentes sienten que son responsables de sus actos, suelen funcionar mejor que cuando sienten que están siendo excesivamente controlados. Quieren demostrar que son capaces de hacer las cosas bien.

Eduquemos en valores. Puede sonar a antiguo pero muchos de los comportamientos que les pedimos están íntimamente ligados con valores como la responsabilidad, el respeto, la solidaridad, el esfuerzo.

Vigilemos el Tiempo Libre. Puesto que la Adolescencia es una etapa caracterizada por la acción, facilitemos que participe en diferentes grupos (culturales, deportivos, de Tiempo Libre…), organizados y positivos.

 

 

Lo que No funciona con las y los adolescentes es lo siguiente:

 

Entrar en discusiones, amenazas, enfado, lo que supondrá un empobrecimiento de las relaciones familiares. Esto conlleva:

• No utilizar malas formas o modos
• No dirigirnos a ellos y ellas con tonos fuertes.
• No utilizar el castigo de forma muy frecuente.
• No discutir en el momento del enfado
• No culpabilizar siempre al otro de los errores
• No sacar siempre lo negativo del otro, sin decirle que también hace cosas bien.

Los regalos, los premios “bajo promesa” de cambio. Obtienen buenas palabras, crean ilusión en los padres y madres pero, apenas, ninguna modificación en el/la adolescente. Si transmitimos la idea de que cuando quiera conseguir algo, no tiene más que hacer algo mal, así como a “poner precio” a todas sus obligaciones, convertiremos nuestra casa en un mercado.

“Flojear”, ser excesivamente comprensivos con conductas graves. No todo es negociable, y no todas las conductas se pueden relativizar.

Asumir sus responsabilidades como por ejemplo “llevarle al colegio”, “estudiar por él/ella (con él/ella)”. Llega un momento en que el/la adolescente tiene que aprender a llevar sus obligaciones y responsabilidades a cabo, y no las hará mientras estemos asumiéndolas nosotros.

 

En todo caso, si la situación familiar es muy complicada y entre todos no pueden lograr soluciones es un buen momento para buscar ayuda profesional.

 

 

 

 

Andrea González, psicóloga Ampsico

El equilibirio entre cuidar y sobreproteger

El equilibirio entre cuidar y sobreproteger

El equilibirio entre cuidar y sobreproteger

Sin duda uno de los principales errores que podemos cometer con los niños es protegerles en exceso. La sobreprotección consiste en proteger o cuidar en exceso a nuestros hijos. Este comportamiento parental puede iniciarse ya en los primeros meses de vida y mantenerse durante el resto del ciclo vital.

En los tiempos actuales el mundo en el que deben integrarse nuestros menores no es un ámbito fácil y complaciente, desde luego, pero los mayores responsables de ellos lo hacemos imposible cuando, con nuestra forma de quererles, les anulamos.

Proteger a los hijos es necesario, pero sobreprotegerlos es dañino. Obsesionarse por los hijos puede cubrir una multitud de necesidades de los padres, pero perjudica a los hijos. No debemos confundir sobreproteger con mimar o querer. El mimar en exceso y meterles “en una burbuja” protectora les quitará la posibilidad de que ellos generen sus propios recursos, sus propias habilidades y sus propias defensas. Cuando crezcan y realmente tengan que salir de “esa burbuja” ¿Qué harán? No estarán preparados para vivir otra realidad llena de obstáculos y adversidades. Evitar a toda costa que nuestros hijos reciban cualquier daño o cometan cualquier error es a largo plazo una solución disfuncional. Sobreponerse a esas equivocaciones forma parte del aprendizaje y del crecimiento como personas.

Hand write on notebook, on bright backgroundDebemos estar a su lado, por supuesto que sí, pero para ayudarles, no para aislarles ni asfixiarles. Los niños tienen que vivir sus pequeñas “crisis” y serán éstas las que les permitan generar sus propios recursos y sus propias “salidas”. Por ejemplo, un bebé no se queda traumatizado porque el padre no acuda cada vez que llora.

La seguridad del menor no es algo que le venga de repente sino que se va configurando a través de nuestras conductas y actitudes como padres/madres y educadores. Viene condicionado, por tanto, por la visión que éste percibe de su entorno más cercano y que transmitimos mediante la comunicación y nuestra relación con los demás “Que ganen confianza en ellos mismos es ganar en su felicidad”

Una causa de esta sobreprotección puede deberse al miedo de los padres a lo desconocido, a no saber cómo actuar y a “tratar a mi hijo como se merece”. “Prefiero que no haga esto a ver si…”, “mejor que no vaya por si…”, “esto no le ha pasado nunca me temo que…” El condicional se apodera de nuestras vidas y nos impide avanzar y aprender cosas nuevas.

El criar a nuestros hijos no es fácil y no podemos tener experiencia previa de todos los ámbitos y esferas de la vida, pero si hay un principio universal que nos ayudará en cualquier situación: el sentido común.

En el ámbito familiar el niño parte de la base de un aprendizaje por observación y modelado en el que los progenitores se convierten en el ejemplo más cercano a seguir. Si no transmitimos confianza en nosotros mismos y firmeza ¿cómo pretendemos transmitir seguridad en nuestros hijos?

Hay personas que parecen haber nacido con mucho sentido común, y otras con muy poco, pero afortunadamente el ser humano puede aprender a desarrollarlo. Este sentido común requiere de:

  • Una buena capacidad de observación
  • Buena disposición para aprender
  • Mucha calma

Por el contrario, la inseguridad y la desconfianza serán unos pilares fundamentales que hay que ir superando si queremos confiar en nosotros mismos.

Sobreproteger a un hijo es lo contrario de respetarlo, es suponer que por sí mismo no es capaz de casi nada, que todo hay que hacérselo, de esta forma ellos responderán a lo vivido y supondrán que no son capaces de hacer nada por sí solos. Es importante para conseguir que crezcan seguros, confiar en ellos. Lo agradecerán más que tanta protección.

Algunos de los signos que presentas los hijos sobreprotegidos son:
  1. Sentimientos de inutilidad y dependencia.
  2. Falta de iniciativa propia, creatividad, seguridad y autoestima.
  3. Desinterés por conocer sus talentos y habilidades.
  4. Indiferencia por las necesidades del resto de las personas.
  5. Insatisfacción por sus propios logros.
  6. Cierto nivel de egocentrismo y necesidad de atención.
  7. Conductas poco sanas para conseguir sus deseos personales, como la manipulación.

Los niños protegidos, pero no sobreprotegidos, asumen más responsabilidades y desarrollan mejor sus capacidades, tienen más herramientas para desarrollar estrategias para resolver problemas, tienen una visión más positiva de la vida y sufren menos miedos que aquellos que no han tenido la oportunidad de resolverlos por sí mismos. Estarán acostumbrados a que mamá o papá los defienda o les resuelva sus problemas.

La autoconfianza, la autoestima y el autoconcepto bien merecen un artículo a parte, siendo tan importante durante todas las etapas de nuestra vida. La desconfianza en nosotros mismos nos crea frustración e insatisfacción permanente, nos ofrece una visión de la vida tan sesgada como errónea, y nos impide alcanzar la seguridad y el equilibrio que son tan importantes tanto para los adultos como para nuestros pequeños.

El día a día, con sus diversas situaciones, constituye la principal fuente de aprendizaje del menor. Podemos facilitarles el camino, podemos incluso, de vez en cuando, correr con ellos, pero nunca debemos hacer la carrera en su lugar.

 

Andrea González

 

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