Ene 25, 2017 | educación, Pedagogía, Psicología
El equilibirio entre cuidar y sobreproteger
Sin duda uno de los principales errores que podemos cometer con los niños es protegerles en exceso. La sobreprotección consiste en proteger o cuidar en exceso a nuestros hijos. Este comportamiento parental puede iniciarse ya en los primeros meses de vida y mantenerse durante el resto del ciclo vital.
En los tiempos actuales el mundo en el que deben integrarse nuestros menores no es un ámbito fácil y complaciente, desde luego, pero los mayores responsables de ellos lo hacemos imposible cuando, con nuestra forma de quererles, les anulamos.
Proteger a los hijos es necesario, pero sobreprotegerlos es dañino. Obsesionarse por los hijos puede cubrir una multitud de necesidades de los padres, pero perjudica a los hijos. No debemos confundir sobreproteger con mimar o querer. El mimar en exceso y meterles “en una burbuja” protectora les quitará la posibilidad de que ellos generen sus propios recursos, sus propias habilidades y sus propias defensas. Cuando crezcan y realmente tengan que salir de “esa burbuja” ¿Qué harán? No estarán preparados para vivir otra realidad llena de obstáculos y adversidades. Evitar a toda costa que nuestros hijos reciban cualquier daño o cometan cualquier error es a largo plazo una solución disfuncional. Sobreponerse a esas equivocaciones forma parte del aprendizaje y del crecimiento como personas.
Debemos estar a su lado, por supuesto que sí, pero para ayudarles, no para aislarles ni asfixiarles. Los niños tienen que vivir sus pequeñas “crisis” y serán éstas las que les permitan generar sus propios recursos y sus propias “salidas”. Por ejemplo, un bebé no se queda traumatizado porque el padre no acuda cada vez que llora.
La seguridad del menor no es algo que le venga de repente sino que se va configurando a través de nuestras conductas y actitudes como padres/madres y educadores. Viene condicionado, por tanto, por la visión que éste percibe de su entorno más cercano y que transmitimos mediante la comunicación y nuestra relación con los demás “Que ganen confianza en ellos mismos es ganar en su felicidad”
Una causa de esta sobreprotección puede deberse al miedo de los padres a lo desconocido, a no saber cómo actuar y a “tratar a mi hijo como se merece”. “Prefiero que no haga esto a ver si…”, “mejor que no vaya por si…”, “esto no le ha pasado nunca me temo que…” El condicional se apodera de nuestras vidas y nos impide avanzar y aprender cosas nuevas.
El criar a nuestros hijos no es fácil y no podemos tener experiencia previa de todos los ámbitos y esferas de la vida, pero si hay un principio universal que nos ayudará en cualquier situación: el sentido común.
En el ámbito familiar el niño parte de la base de un aprendizaje por observación y modelado en el que los progenitores se convierten en el ejemplo más cercano a seguir. Si no transmitimos confianza en nosotros mismos y firmeza ¿cómo pretendemos transmitir seguridad en nuestros hijos?
Hay personas que parecen haber nacido con mucho sentido común, y otras con muy poco, pero afortunadamente el ser humano puede aprender a desarrollarlo. Este sentido común requiere de:
- Una buena capacidad de observación
- Buena disposición para aprender
- Mucha calma
Por el contrario, la inseguridad y la desconfianza serán unos pilares fundamentales que hay que ir superando si queremos confiar en nosotros mismos.
Sobreproteger a un hijo es lo contrario de respetarlo, es suponer que por sí mismo no es capaz de casi nada, que todo hay que hacérselo, de esta forma ellos responderán a lo vivido y supondrán que no son capaces de hacer nada por sí solos. Es importante para conseguir que crezcan seguros, confiar en ellos. Lo agradecerán más que tanta protección.
Algunos de los signos que presentas los hijos sobreprotegidos son:
- Sentimientos de inutilidad y dependencia.
- Falta de iniciativa propia, creatividad, seguridad y autoestima.
- Desinterés por conocer sus talentos y habilidades.
- Indiferencia por las necesidades del resto de las personas.
- Insatisfacción por sus propios logros.
- Cierto nivel de egocentrismo y necesidad de atención.
- Conductas poco sanas para conseguir sus deseos personales, como la manipulación.
Los niños protegidos, pero no sobreprotegidos, asumen más responsabilidades y desarrollan mejor sus capacidades, tienen más herramientas para desarrollar estrategias para resolver problemas, tienen una visión más positiva de la vida y sufren menos miedos que aquellos que no han tenido la oportunidad de resolverlos por sí mismos. Estarán acostumbrados a que mamá o papá los defienda o les resuelva sus problemas.
La autoconfianza, la autoestima y el autoconcepto bien merecen un artículo a parte, siendo tan importante durante todas las etapas de nuestra vida. La desconfianza en nosotros mismos nos crea frustración e insatisfacción permanente, nos ofrece una visión de la vida tan sesgada como errónea, y nos impide alcanzar la seguridad y el equilibrio que son tan importantes tanto para los adultos como para nuestros pequeños.
El día a día, con sus diversas situaciones, constituye la principal fuente de aprendizaje del menor. Podemos facilitarles el camino, podemos incluso, de vez en cuando, correr con ellos, pero nunca debemos hacer la carrera en su lugar.
Oct 31, 2016 | educación, Inteligencia Emocional, Psicología
“Mami… ¿Dónde está el abuelo? ¿Por qué no vamos hoy a su casa para comer con él?” preguntó Dani de 7 años dos días después de que su abuelo falleciese. “Cariño, hoy nos vamos al parque… seguro que nos lo pasamos mejor”. Le contesta su madre con lágrimas en los ojos. Tiene miedo a que Dani siga con su interrogatorio y ella no sepa cómo contestarle. Sabe que si le dice la verdad su hijo va a llorar y lo va a pasar mal. Tenía una relación muy especial con su abuelo.
Nos suena de algo esta escena, ¿verdad? Si no la hemos vivido directamente, hemos escuchado en varias ocasiones como nos la contaban. Y es que, la muerte es una etapa de nuestra vida. Algo natural que tarde o temprano tenemos que afrontar con mayor o menor distancia emocional y física. Aunque es difícil aceptar la idea ya que significa no volver a ver a una persona nunca más, tenemos que convivir con ella y hacerlo parte de nuestra vida. En ocasiones no terminamos de afrontarlo y se convierte en un problema. Sobre todo cuando se trata de hablar con los más pequeños de la casa y explicarles lo sucedido. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? Demasiadas preguntas que ni nosotros mismos los adultos nos podemos contestar.
“Se ha ido muy lejos, se ha quedado dormido, está en el cielo…” son algunas de las razones que se les da a los niños para responder a sus inquietudes con respecto a las personas fallecidas. Así los mayores no nos vemos obligados a tener que volver a explicar qué ha pasado o porqué, y creemos que estamos evitándoles pasar un mal trago. Pero nada más lejos de la realidad, lo que sucede es que evitamos hablar sobre la muerte y de alguna manera, estamos dando un mensaje de “tema prohibido o tema tabú” a los propios niños, creando una incertidumbre e inquietud en ellos. El hecho de que no sigan preguntando no significa que hayamos resuelto sus dudas o inquietudes. Ellos siguen sin terminar de entenderlo. Se ven obligados a construir sus pensamientos: la poca información que recogen de su entorno la mezclan con su imaginación, y forman sus propias teorías o se dan sus respuestas. Podemos entender que no siempre son la mejor opción para ellos. Por eso es importante ayudarles a encontrar respuestas acertadas en su mundo de fantasía. Para no alimentar que esas razones que ellos mismos construyen y se dan, sean más dañinas que la propia realidad.
¿Qué nos hace dar rodeos y no pronunciar delante de ellos la palabra “muerte”? Pues en la mayoría de las ocasiones, es nuestra propia angustia o inquietud. Evitamos incluso llamarlo por su nombre, utilizando expresiones como las anteriormente citadas. Pensamos que mantenerles un poco alejados de esta realidad, les va a ayudar a crecer sin desasosiego. Es algo tan traumático para nosotros que pensamos que cuanto menos se hable de ella, menos sufrimiento les causaremos. Sin embargo como ya hemos adelantado, producimos el efecto contrario.
Algo básico en la comunicación del fallecimiento de un ser querido son estos cuatro conceptos clave:
- La muerte es universal, hasta las hormiguitas que hay en el campo se mueren.
- Es irreversible, una vez que un ser vivo haya fallecido no puede volver a vivir.
- Si nos morimos el cuerpo lo hace con nosotros. Todas las funciones vitales que hacen que podamos comer, respirar, escuchar… dejan de funcionar.
- Y el cuarto, siempre tiene una explicación: enfermedad, accidente, edad…
Estos cuatro conceptos claves que se relacionan con la muerte van a ser entendidos, aprendidos y asumidos por el niño variando en función del momento evolutivo en el que se encuentre.
Para hacérselo más comprensible al niño y ayudarle a integrar esta vivencia, es de vital importancia que sus padres o los mayores de su alrededor, se lo hagamos más fácil. Hablarles con naturalidad y sin esconder lo que ello provoca en nosotros. Enseñándoles que llorar es una respuesta normal al pensar que su abuelito no va a volver y por tanto, no hay que esconderse para hacerlo ni sentirse mal por ello. Si les transmitimos seguridad llevando a la normalidad lo que se siente en estas situaciones, le damos un espacio para que pregunten sus inquietudes y dudas. Además, si les mostramos que su día a día va a sufrir el menor cambio posible, que va a poder seguir yendo a su cole o visitar a su abuela, ellos sienten menor vértigo. Su mundo no se desmorona tanto como en un primer momento han creído.
En el caso de nuestro pequeño Dani, con sus siete añitos seguramente que ya entienda el carácter irreversible y definitivo de la palabra muerte. Es decir, que su abuelito ya no volverá a comer con él a la salida del cole. En este caso, Dani ha reaccionado de una manera sosegada, pero a su edad no es raro cuando ante este tipo de situaciones los niños se vuelven algo agresivos, demasiado alegres o incluso juegan a buscar a las personas desaparecidas. Son afrontamientos que dentro de unos límites temporales y cualitativos, forman parte de un proceso normal de aceptación. Pueden evitar mostrarse todo lo tristes que están, o negar que sienten pena. Por ello es importantísimo que se sientan apoyados emocionalmente por sus familiares y personas de confianza. Si lloramos con ellos y no nos escondemos, hablamos de la persona que ya no está con naturalidad manteniéndole en el día a día.
“Mami… ¿Dónde está el abuelo? ¿Por qué no vamos hoy a su casa para comer con él?”, preguntó Dani. “Cariño, no podemos ir con el abuelo porque sabes que se murió hace dos días”, le contesta su madre. “Y entonces, si no le veo ¿me voy a olvidar de él?” contesta Dani con gesto de preocupación. “No hijo, siempre que quieras le vamos a recordar y hablamos de él ¿Qué te parece si me cuentas uno de los chistes que él te enseñó?” le dice. “¡Vale! ¿Cuál prefieres?”. Y así Dani pasó todo el camino a casa, triste porque no vería a su abuelo, pero tranquilo porque su mami le había enseñado una manera de no olvidarle. Después de que ya no podría jugar más con su abuelo a las canicas, era lo que más le preocupaba.
Oct 24, 2016 | educación, Psicología
Algunos niños ansían volver al colegio con sus compañeros a intercambiar historias y confidencias acerca del verano mientras lucen con ilusión sus nuevas mochilas y libros. Sin embargo, para otros niños la vuelta al colegio puede llegar a ser un sinónimo de pesadilla.
El inicio del curso escolar hace que en algunos niños aflore de nuevo el miedo a la escuela, un problema con el que deben lidiar algunos padres a diario.
Hablamos de fobia escolar cuando el niño o niña presenta una incapacidad total o parcial de acudir a la escuela como consecuencia de un fuerte temor ante algún aspecto de la situación escolar. Se considera uno de los trastornos psicológicos en niños y adolescentes más incapacitantes debido a su repercusión en el rendimiento académico y en las relaciones sociales.
Consideramos que un niño presenta fobia escolar cuando aparecen la totalidad o parte de los siguientes comportamientos:
- Una dificultad grave para ir al colegio que supone periodos largos de absentismo escolar.
- Una grave alteración emocional que incluye: miedo intenso, explosiones de mal humor o quejas de sentirse enfermo cuando el niño se enfrenta a la situación de tener que ir al colegio.
- El niño permanece en casa bajo el consentimiento paterno cuando debería estar en el colegio.
- Ausencia de características antisociales tales como robos, mentiras o conductas destructivas.
Es importante diferenciar la fobia escolar de los clásicos “novillos”. En el caso de los “novillos” el niño no tiene el consentimiento paterno, no manifiesta quejas físicas y permanece fuera de casa por voluntad propia.
En el caso de la fobia la posibilidad de acudir al colegio produce en el niño una angustia anticipatoria que tiene lugar por la mañana justo en el momento de ir a la escuela o la tarde de antes, con un aumento del malestar por la noche. Los síntomas principales son:
- Ansiedad intensa, pudiendo desembocar en verdaderas crisis de angustia ante la idea de ir al colegio que se manifiesta como: palidez, llanto, quejas somáticas (cefalea, abdominalgia) náuseas, vómitos y diarrea.
- Síntomas depresivos: tristeza, anhedonia, impotencia. Estos síntomas suelen presentarse con menor frecuencia.
Estos síntomas mejoran durante el día y desaparecen en vacaciones o si el niño se queda en casa.
La fobia escolar parece afectar con más frecuencia a los niños varones, si bien se encuentran algunos estudios en los que se afirma que afecta por igual a ambos sexos. Se da más frecuentemente en la adolescencia temprana, aunque puede ocurrir a cualquier edad una vez que los niños se escolarizan. Se han señalado picos a los 3-4 años, 5-6 años, 11-12 años y 13-14 años, es decir, cuando se comienza la escuela o se produce un cambio de ciclo. También es frecuente tras un cambio de escuela.
En ocasiones es difícil diferenciar la fobia escolar con la “ansiedad de separación” (ansiedad excesiva e inapropiada dada la edad del niño, relacionada con la separación de las personas a las que está afectivamente ligado). Ambos trastornos pueden darse de manera combinada en un mismo niño pero también pueden darse de forma aislada. Cabe destacar que la “ansiedad por separación” suele darse por debajo de los 12 años.
El comienzo del trastorno no siempre se manifiesta de la misma manera. Puede ser gradual, con protestas poco intensas y con alguna falta esporádica por diversos motivos (como por ejemplo quejas somáticas) siempre con el consentimiento de los padres, y desembocando en una negativa total a ir al colegio. Esto ocurre frecuentemente en adolescentes, donde el cambio de conducta puede ser lento, con dificultades de relación, tendencia al aislamiento y, en ocasiones, síntomas depresivos. Por otro lado, en los niños más pequeños el inicio suele ser más brusco, apareciendo la negativa a ir al colegio sin sintomatología previa.
La aparición del cuadro puede venir precedida por una ausencia de la escuela por una enfermedad o por vacaciones, por un cambio de colegio u otros acontecimientos estresantes.
Hay ocasiones en que el niño manifiesta un motivo específico por el que no desea acudir al colegio (miedo a un profesor o compañero, a una asignatura, a una actividad como leer, escribir en la pizarra, etc.). Otras veces, el niño no es capaz de concretar el motivo de su angustia.
De cara al tratamiento el primer objetivo será conseguir la asistencia a clase lo antes posible. Muchos de los síntomas de ansiedad y depresión desaparecen una vez que la asistencia a clase se ha hecho regular. En este punto es fundamental que los padres comprendan la génesis del problema y cómo el hecho de que el absentismo se prolongue hace que éste se mantenga. Es importante que ambos padres se muestren firmes y con la determinación de que el niño vaya a la escuela, de esta forma el niño dejará de resistirse a ir. Puede ser útil entrenar a los padres en técnicas para el manejo de la ansiedad y en modificación de conducta. Para aquellos casos en los que lo anterior no funciona, puede ser necesario el uso de ansiolíticos en las primeras fases del retorno a la escuela. Si se utilizan se debe procurar que sea durante el menor tiempo posible.
Desde Ampsico animamos a los padres a consultar a un profesional cuando detecten los primeros indicios dado el fuerte impacto que este trastorno puede tener para el rendimiento escolar del niño o adolescente así como para sus relaciones sociales.
Feb 8, 2016 | educación, Inteligencia Emocional, Psicología
¿Sólo las personas con un elevado CI tendrán éxito? Durante mucho tiempo se ha mantenido la idea de que sólo aquellas personas con un elevado cociente intelectual (CI) eran las elegidas para tener una vida llena de éxito. Entonces, ¿aquellas con menor nivel intelectual están abocadas al fracaso? La respuesta a estas preguntas es un NO rotundo. Numerosos estudios han demostrado que el CI sólo determina un 30-40% del éxito académico. ¿De qué depende entonces ese tanto por ciento restante? Lo que sentimos, lo que pensamos, cómo actuamos y cómo nos relacionamos con otras personas constituye una parte tan importante o más que nuestro intelecto para disfrutar de una vida plena. ¿De qué le serviría a un abogado ser el primero de su promoción si a la hora de enfrentarse a un juicio no es capaz de percibir las emociones de su defendido o si ante un primer juicio perdido su frustración es tal que piensa que nunca será válido para desempeñar su trabajo?
Desde el momento en que nacemos, las emociones nos acompañarán a lo largo de nuestra vida y formarán una parte inseparable de quiénes somos. Por ello, es fundamental que seamos capaces de reconocer qué sentimos y por qué, aprendiendo a manejarlo de la forma más adecuada.
La familia es la primera escuela para el aprendizaje del mundo de las emociones, pero no es el único. Cuando los más pequeños crecen, el colegio se convierte en uno de sus entornos más habituales, dónde aprenden conceptos nuevos e interactúan con otros adultos y niños que al igual que ellos, llevan consigo sus propias emociones. Es por eso que el colegio pasa a ser uno de los lugares clave dónde continuar trabajando esa otra inteligencia necesaria para tener éxito, la INTELIGENCIA EMOCIONAL, es decir, la habilidad para percibir, usar, comprender y manejar de forma efectiva no sólo nuestras emociones, sino también las de los demás.
El informe Delors (UNESCO 1996) reconoce que la educación emocional es un complemente indispensable en el desarrollo cognitivo y una herramienta fundamental de prevención, ya quemuchos problemas tienen su origen en el ámbito emocional.
¿CÓMO PODEMOS PONER EN PRACTICA EL APRENDIZAJE DE LAS EMOCIONES DESDE EL AULA?
Para trabajar la Inteligencia emocional es necesario adquirir o potenciar cuatro habilidades básicas:
- Aprender a percibir y expresar las emociones. Dicen que la cara es el espejo del alma, y es que una de las formas más claras de reconocer las emociones es a través de la expresión fácil; también nos dará pistas el tono de voz o la postura corporal. Al desarrollar esta habilidad, Marta será capaz de reconocer que Lucía está triste, porque su boca se curva hacia abajo. Aitor, a su vez, reconocerá que siente alegría porque no deja de sonreír mientras practica su deporte favorito.
- Acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento. Es la habilidad para tener en cuenta lo que sentimos cuando razonamos o tomamos una decisión y cómo afectan las emociones a nuestra forma de pensar. Por ejemplo, como Laura se ha equivocado en un problema de mates y eso la hace estar triste, piensa que ya no podrá ser profe de mayor y enseñar a los niños esa asignatura.
- Comprender las emociones. El manejo de esta habilidad permitirá integrar lo que sentimos dentro de nuestro pensamiento y etiquetar las emociones, además de conocer las causas que han generado nuestro estado de ánimo y las consecuencias de cómo actuamos. A través de la interiorización de esta habilidad, los niños serán capaces de ponerse en el lugar de sus compañeros y entender las emociones que puedan estar sintiendo. Laura no solo será capaz de reconocer que Lucía está triste sino que comprenderá que se sienta así por haber perdido su estuche favorito, ya que ella también se sintió mal cuando desapareció su cuento, y se acercará a ella ofreciéndole su ayuda.
- Regular las emociones. El aprendizaje de esta habilidad permitirá que los niños aprendan a controlar tanto sus propias emociones como las ajenas, intentando reducir las emociones negativas y aumentando las positivas poniendo en práctica distintas estrategias. Gracias a esta habilidad, Raúl y Víctor, que están discutiendo en el recreo sobre un juego, deciden hablar sobre lo que piensa cada uno y conseguir así llegar a un acuerdo con el que los dos se sientan bien, en lugar de gritarse o insultarse el uno al otro.
Conscientes de la importancia de trabajar tanto el plano emocional, los colegios de la comunidad canaria han comenzado a implantar durante este curso una nueva asignatura en su sistema lectivo: Educación Emocional y para la Creatividad, una materia obligatoria y evaluable que se imparte a los niños de 1º a 4º de Primaria, cuyo objetivo es “gestionar de manera eficiente los sentimientos utilizando la razón, además de expresar y reconocer las emociones y aprender a regularlas y controlarlas utilizándolas de forma productiva”.
Desde Ampsico queremos aplaudir esta iniciativa de los colegios canarios y esperamos que en poco tiempo esta noticia pueda extenderse a muchos más centros y logremos que nuestras aulas también sean “emocionalmente inteligentes”.
“Educar a la mente sin educar el corazón, no es educar en absoluto”
Aristóteles
Sep 1, 2015 | educación, Psicología
En una mañana fría de mediados de septiembre se oye en un pequeño niño de 5 años un lloro inconsolable y asustado al ver a su madre como se aleja de la puerta del cole, donde sus lagrimas no paran de cesar mientras por dentro se pregunta, “¿porque me dejas aquí?, solo, de repente, sin tí, después de tres meses juntos?”, quizá no me haya separado ni un solo momento de mis padres en éste verano y, comparado con ese momento esto sea un infierno, o tal vez, no me hayan comentado todas las cosas positivas que tiene la emocionante vuelta al cole…
Cuando hablamos de estrés postvacacional se nos viene directamente a la cabeza un adulto, un retorno que a la mayoría se nos hace muy cuesta arriba. ¿En qué manera afecta también a los niños?…como en muchos casos todo depende de cómo nos lo planteemos. La solución no es pretender volver forzadamente con una molesta sonrisa de oreja a oreja, sino con firmeza y decisión. Esta vuelta es algo inevitable, por lo que si lo asumimos como algo natural y necesariamente “obligatorio” que es, se nos hará más llevadero. ¿Para qué vamos a sufrir por intentar cambiar o retrasar un momento que necesariamente tiene que ocurrir? Leyendo estas líneas parece que nos adentráramos en el mismo infierno, pero, realmente, hay gente que lo vive así, como una auténtica tragedia. Volvamos a retomar la pregunta ¿y a los niños cómo les afecta el estrés postvacacional?
Como cualquier cambio hay que gestionarlo, y tramitarlo de manera adecuada. La adaptación a la rutina tras las vacaciones puede ocasionar determinadas alteraciones emocionales y físicas conocidas como el llamado “síndrome de depresión post-vacacional”. Este es un trastorno que no sólo sufren los adultos, sino que también afecta a los niños que deben recuperar su ritmo habitual en cuanto a horarios, alimentación y actividades en muy poco tiempo y con la dificultad añadida de que, en el caso de los niños, es más complejo identificar esta pequeña crisis.
Los padres son los principales protagonistas influyentes de las reacciones de nuestros menores y como tales, debemos ser ejemplos de ello. Debemos fomentar todos esos aspectos positivos de la vuelta al cole y minimizar los posibles aspectos adversos, pero sin negarlos. Paralelamente la vuelta al cole de los niños supone frecuentemente un desahogo para los padres, pero a su vez no todos los niños lo viven de esta manera tan desahogada. Para ellos ha llegado el gran día, para unos bueno y esperado, para otros odiado y traumático.
Los posibles síntomas cambian en función de la edad del niño y de la intensidad del sufrimiento que presente, pero los indicios de este síndrome de depresión postvacacional en niños pueden incluir: insomnio, llanto, molestias digestivas, alteraciones emocionales, vómitos o diarreas.
Destaquemos ahora algunos aspectos que los padres deben tener en cuenta para ayudar a gestionar en sus hijos la hora de plantear la vuelta al cole:
- Los padres deben planificar el regreso de forma gradual. Fomentar la adaptación del organismo a los nuevos horarios. Reservar un par de días para que los niños se adapten a los horarios del otoño.
- Si los padres ayudan a identificar los aspectos positivos que tiene el final de las vacaciones, el niño se adaptará a la nueva etapa con muchas menos dificultades. Ver a los compañeros, volver a utilizar materiales de clase o volver a jugar a juegos que solo practicabas con tus compis de cole, puede ser alguno de esos ejemplos.
- Antes de que llegue este momento, es beneficioso hablarle de este retorno, a quienes verán, donde comerán, horarios orientativos…y también, durante el verano, es recomendable que se relacione con gente nueva, adquirir nuevas rutinas en campamentos, etc..Como mencionábamos en otro de nuestros artículos ” Los campamentos son un verdadero espacio de crecimiento y desarrollo emocional. Desarrollan la independencia, el sentido de la responsabilidad y la autonomía, el niño se habitúa a estar sin sus padres y a interactuar con sus compañeros y monitores. – ART. Campamentos de verano. Una opción con inteligencia (emocional) –
- Debemos evitar, en el caso de que rompan a llorar en su primer día, ridiculizar a los niños, llamarles bebés, compararles con amigos/compañeros que sonríen y no lloran. No debemos olvidar que cada niño canaliza sus emociones como puede o quiere. El llanto es visto como algo nocivo cuando en realidad es su vía de escape, su manera de comunicar una emoción. Ese llanto es la cúspide de un amasijo de emociones que ni el mismo sabe controlar, a veces, ni saber si son por aspectos positivos o negativos: alegría por reencontrarse con los amigos, deseo de ver a su profesora, nervios por las cosas nuevas que vendrán, miedo por separarse de nuevo de los padres…¿ Que debemos hacer entonces? Debemos acompañarles, no enfadarnos, abrazarles y explicarles que les entendemos. ¿Tú como adulto no te has puesto nervioso un primer día de trabajo, en una entrevista o en cualquier situación importante en tu vida? El colegio es de lo más importante que sucede en la vida de nuestros hijos, los cambios, la novedad, el reencuentro, la separación de los padres. Todo ello lo convierte en un acontecimiento único. Y lloran…. lloran porque ellos aún no sienten vergüenza por mostrar sus emociones, lloran porque es su manera de dejar salir ese nudo que se les formó en la garganta.
- Por último tener paciencia. Los comienzos son complicados y debemos dejar su tiempo a los niños para continuar con su proceso de adaptación. Debemos lucir y sentir la mejor de nuestras sonrisas y desplegar nuestro cariño y comprensión para así poder mitigar los posibles contratiempo de la emocionante vuelta al cole.
Jun 20, 2015 | educación, Pedagogía
Un campamento de verano es una opción inteligente si es con inteligencia emocional
Llegadas estas fechas en las que el calor aprieta y a nuestros hijos les van a dar las vacaciones, nos planteamos “qué vamos a hacer con los niños”.
El campamento de verano es una de las opciones más elegidas, aunque siempre nos queda dejarlos con los abuelos, tíos o demás familiares.
La mejor opción al elegir un campamento de verano es hacerlo junto a nuestro hijo. Debemos buscar que se adapte a sus necesidades y gustos.
A nuestro alrededor tenemos diversos campamentos, desde los que nos oferta el colegio, la empresa, el ayuntamiento,…
Pero también podemos elegir alguno que esté más adaptado a los gustos y aficiones de nuestro hijo. Por ejemplo, un campamento de verano para montar a caballo, practicar el tenis, jugar al fútbol, mejorar el inglés, etcétera.
Aún así, lo que debemos tener en cuenta, invariablemente y como nexo de unión común, son los beneficios psicológicos que puedan tener con cualquiera de ellos.
Los que vivimos en las grandes urbes hemos ido sustituyendo los espacios abiertos por grandes bloques de edificios, asfalto y coches donde los niños tienen cada vez menos espacio para jugar y desarrollarse libremente.
Nuestros hijos pasan cada vez más tiempo de ocio jugando con aparatos electrónicos (WII, Playstation, Nintendo DS) que no incrementan su imaginación ni les permiten un buen desarrollo emocional ni social. Inscribir a nuestro hijo en un campamento de verano es una buena solución para el desarrollo personal y emocional de nuestro hijo. Con ello tendrán una experiencia muy gratificante que seguramente será recordada toda su vida.
EL campamento de verano es un verdadero espacio de crecimiento y desarrollo emocional. Desarrollan la independencia, el sentido de la responsabilidad y la autonomía, el niño se habitúa a estar sin sus padres y a interactuar con sus compañeros y monitores. La idea es la socialización en un espacio diferente al habitual, donde se encontrarán con dificultades que tendrán que aprender a resolver por sí mismos o pedir ayuda a compañeros y monitores para enfrentarse a ello. Un espacio más para el desarrollo emocional de los más pequeños.
Entre otros beneficios, la convivencia en grupo les permitirá aprender a gestionar su tiempo, a comprender qué es el trabajo en equipo, desarrollar valores como la solidaridad, la empatía con el otro, la escucha o la tolerancia a lo diferente.
Además de aprender a hacerse cargo de sus propias emociones y de las de los demás y a cómo ser capaces de resolverlas. Autoconocerse, aprender a esperar, a hacerse cargo de lo que le dan y reciben de sus compañeros. En definitiva, a jugar a “ser” de otra manera a cómo se comportan en casa.
Por otro lado, existen diversos tipos de campamentos, aunque los podríamos diferenciar entre los que se hacen durante la jornada hasta el mediodía dentro de nuestra población, denominados campamentos urbanos y los que se desarrollan en un entorno de naturaleza durante una semana o más tiempo, que en ocasiones se les denomina “colonias”.
Los objetivos comunes que suelen tener todos ellos, entre otros, son el fomentar en los participantes actitudes positivas para su crecimiento personal, desarrollando la imaginación y la creatividad, infundiendo entusiasmo y colaboración en distintas tareas, potenciando la socialización, el compañerismo y la convivencia. Los campamentos más específicos tienen algunas actividades más enfocadas al objetivo como montar a caballo, practicar inglés, fútbol, tenis… reforzando así el aprendizaje de dicha actividad.
En los campamentos que se realizan en un entorno de naturaleza, además se accede a unos beneficios añadidos ya que se hacen actividades y excursiones donde los niños podrán ejercer valores como el respeto por la naturaleza, la toma de conciencia de la responsabilidad que tenemos en su cuidado, haciéndose responsables de tomar una actitud activa.
Ver y experimentar otro tipo de texturas que no se encuentran en la gran ciudad. Es bueno observar los distintos animales y cómo interactúan. También ver la vegetación y cómo varía de un sitio a otro. Por otro lado, maravillarse de la variedad de paisajes que ofrece, frente al monótono paisaje urbano.
Aprender a ser más tolerantes y convivir con personas que no son de su entorno habitual. Además, hacer amigos, compartir y adquirir nuevos conocimientos, divertirse aprendiendo a conocer sus propias emociones y las de los otros. También aprender así a compartir con otros estas experiencias.
Saber y conocer cuales son las emociones que se experimentan y el beneficio que aportan el aprender a regularlas ayudados por amigos y compañeros. En definitiva aprender qué es la Inteligencia Emocional.
Para que nuestros hijos sean más inteligentes emocionalmente, han de superar experiencias que compartirán en entornos fuera de los habituales. Así, sacarán beneficio de las experiencias sociales.
“El auto-conocimiento, auto-conciencia, la sensibilidad social, la empatía y la capacidad de comunicarse con éxito con los demás. Se corresponde con el corazón.”
Stephen Covey
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